julio 04, 2009

Quinto Tema: PABLO EL HERODIANO

“Saludad a los de la casa de Aristóbulo. Saludad a Herodión, mi pariente”. Romanos 16.10-11.
Muy pocas veces se repara en el contenido de este versículo, en el cual Pablo dedica saludos a destacados personajes de la política judía del siglo I. Se podría objetar que puede referirse a cualquier Aristóbulo o a cualquier Herodes (Herodión sólo es la versión griega de este nombre), pero resulta difícil de imaginarlo.
Pablo escribió la epístola a los Romanos entre los años 54 y 58, según los datos conservadores. Sin embargo, es probable que en realidad esta monumental carta sea una compilación de una correspondencia de textos más reducidos, finalmente fusionados, entre Pablo y la comunidad de prosélitos del judaísmo helenista que se había establecido en Roma.
¿Tiene lógica que en esos años Pablo le haya mandado saludos a Agripa II, el Herodes en turno en el trono de Judea, por medio de la comunidad cristiana de Roma? La tiene: Agripa II estuvo en Roma entre los años 54 y 55 para presentarse ante Nerón, por entonces recién ascendido al rango de emperador.
Si esta fuera la única referencia que vinculara a Pablo con el judaísmo herodiano, sería factible suponer que se pudo tratar de un saludo para cualquier otro tipo llamado Herodes, vinculado por coincidencia con cualquier otro tipo llamado Aristóbulo (un nombre muy frecuente entre la familia Herodes).
Sin embargo, hay más elementos que evidencian el perfil Herodiano de Pablo, y el más notable es su postura política en relación al Imperio, aclarada en la misma epístola a los Romanos: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de D-os, y las que hay, por D-os han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por D-os resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos”.
Debe tomarse en cuenta que este texto fue elaborado por Pablo en la segunda mitad de la década de los 50’s, justo cuando Judea estaba a punto de explotar una vez más contra la dominación romana: en 58 o 59, un ejército de cuatro mil sicarios (Josefo dice que treinta mil, pero es más verosímil aceptar el otro dato, proveniente de diversas fuentes) atacó Jerusalén y fue masacrado en el Monte de los Olivos. Este fue el último aviso antes del levantamiento final contra Roma, que inició en 66.
Dicho de otro modo: Judea —y con ello el judaísmo— estaba viviendo una época de fuerte deterioro social, cuya consecuencia más evidente fue la creciente tensión entre judíos y romanos. Justo en esos momentos, cada vez más gente radicalizaba su postura anti-romana. Y justo en ese momento, Pablo escribió que las autoridades han sido puestas por D-os, y que uno tiene la obligación de vivir sujeto a las mismas.
No es un secreto que, aún en esos momentos convulsos, un grupo judío mantenía exactamente esta postura: los herodianos.
¿Qué papel representan los herodianos en el panorama del judaísmo de la época?
Toda religión, cultura o ideología siempre termina por desarrollar dos polos opuestos. Uno es de carácter tradicionalista, y es el que se aferra a conservar la identidad del grupo tanto en el contenido como en las formas. El otro desarrolla, por el contrario, un perfil abierto (en cada época se le podría llamar “modernizador”) y considera que los aspectos esenciales no tienen por qué verse afectados, aún en el caso de que se permitan los cambios en las formas. En sus versiones más extremas, incluso consideran que tampoco hay problema en permitir la transformación de los contenidos.
Dicha tensión entre opuestos es necesaria para la evolución de todo grupo social, y nunca se logra la victoria definitiva de una postura sobre la otra. Se puede derrotar a un grupo, pero es cuestión de tiempo para que sus ideales sean resucitados por otro. Si se impone el grupo tradicionalista, no pasará mucho para que dentro del consolidado conservadurismo vuelva a surgir la necesidad de reformarlo todo. Si se impone el grupo reformista, no tardará en institucionalizarse, dejando el panorama listo para que vuelva a surgir un grupo disidente, y la tensión entre conservadores y reformistas regrese.
El judaísmo no es la excepción. El mismo registro bíblico está lleno de casos de antagonismos en los que ambas posturas se confrontaron (Moisés contra Koraj, Saúl contra David, David contra Absalón, etc.).
Con todo, es a partir del siglo III AC que dichas tensiones tomaron un matiz sumamente complejo, además de rastreable por la ciencia histórica, debido a que los judíos de posturas reformistas asumieron la defensa de un modo de vida que les fascinó: el helénico.
La expansión de la cultura griega gracias al proyecto de conquistas de Alejandro Magno logró que, en un momento muy concreto de la Historia, todo el Oriente Medio entrara en un contacto abrumador con una de las culturas más sorprendentes que haya existido: la griega.
Muchos centros culturales de la zona quedaron sometidos al Helenismo: Egipto, Siria, Fenicia o Lidia, por sólo mencionar algunos. Y no es de extrañar: en ese momento, lo helénico era exactamente lo que hoy llamaríamos “lo moderno”, y exactamente al igual que en nuestros días, muchos se sintieron convencidos por la necesidad, e incluso urgencia, de acceder a dicha modernidad.
Con todo, un amplio sector del pueblo judío se opuso a ello, insistiendo en la necesidad de conservar intactas sus tradiciones y prácticas religiosas, así como sus modos de vida.
En un principio no hubo grandes problemas, porque la política de Alejandro Magno hacia los judíos se orientó por una amplia tolerancia, al igual que durante la época de dominio medo y persa. Al morir Alejandro y quedar Judea bajo control egipcio, la misma política de tolerancia continuó, e incluso cuando el territorio quedó bajo soberanía seléucida, las cosas siguieron iguales.
A nivel político, por supuesto. En realidad, las fricciones internas sí fueron en aumento, en un proceso lento pero continuo, mismo que llegó al punto insostenible en la primera mitad del siglo II AC.
Para esas épocas la radicalización de ambas posturas sólo estaba esperando un acontecimiento importante para que la situación explotara, y eso sucedió cuando Antíoco IV Epífanes usurpó el trono seléucida, e hizo de la política de helenización una de sus principales banderas en relación al pueblo judío.
La primera medida agresiva contra los judíos fue la deposición del Sumo Sacerdote Onías III en 171 AC, y la situación se fue agravando hasta que la guerra estalló cuatro años más tarde.
El resultado es conocido: tras muchos encuentros y desencuentros, el grupo tradicionalista, encabezado por los Macabeos, se impuso a los reformistas. Sin embargo, de esta victoria se derivó una situación anómala que fue duramente criticada por amplios sectores de la población: el acaparamiento de poder por parte de los Hasmoneos, descendientes de los Macabeos, que se quedaron con el ejercicio del Sumo Sacerdocio y del poder político, privilegios reservados —según los tradicionalistas— a la descendencia de Aarón y a la del Rey David, respectivamente.
Si bien la política Hasmonea mantuvo cierto perfil tradicionalista durante el siglo II AC, a partir de la muerte de Juan Hircano fue cada vez más evidente un acercamiento hacia las tendencias modernistas, o helenizantes, que no habían desaparecido del panorama político judío.
Esta orientación se reforzó cuando en 63 AC Roma anexó a Judea como provincia, y se recrudeció cuando el trono fue ocupado por un gobernante de origen idumeo, Herodes el Grande (37 AC). La brutalidad con la que este último gobernó hizo que los ánimos populares se radicalizaran, y la pugna política entre ambas tendencias iniciase una nueva fase cuyo desarrolló se extendió durante un siglo, y que culminó con el levantamiento en contra de Roma en 66 DC.
Aquí hay que plantearnos una pregunta respecto a los Hasmoneos, y sus herederos directos, los Herodianos: ¿cómo podían justificar su ocupación de los poderes político y religioso, cuando es evidente que las Escrituras Hebreas enseñaban que eso le correspondía a dos familias muy concretas?
Es una pregunta engañosa, en realidad. Cierto: la Biblia Hebrea deja bien en claro que los que deben ejercer el Sumo Sacerdocio son los descendientes directos de Aarón, así como los descendientes directos de David deben ocupar el trono. Pero esta es la perspectiva de Fariseos y Saduceos (y en consecuencia, Esenios). Obviamente, los Helenistas tuvieron otra perspectiva del asunto, fundamentada en una perspectiva distinta sobre las Escrituras.
El punto que debe tenerse en cuenta es este: eso que nosotros llamamos Biblia es un producto de la tradición de los Fariseos, y se consolidó apenas a finales del siglo I DC. Es un hecho comprobado que hasta antes de la guerra contra Roma, tanto Fariseos, Saduceos y Esenios tuvieron criterios muy diferentes respecto a los textos que integraban el corpus sagrado. Justamente, en Qumrán se han recuperado muchos textos que los Fariseos no consideraban sagrados, pero que —a todas luces— los Esenios sí (como Enok). Incluso, se ha recuperado un texto formidable —llamado por los especialistas como el Rollo del Templo— que muy probablemente fue un texto sagrado para los Saduceos, aunque no para los Fariseos ni los Esenios.
Gracias a todos esos documentos, hoy podemos saber que Fariseos, Esenios y Saduceos tenían criterios diferentes sobre varios aspectos de la religión judía. Y, por lógica, puede deducirse que los Helenistas y Herodianos tenían sus propias características particulares.
¿Dejaron estos grupos de judíos “modernistas” alguna colección de textos de la cual podamos recuperar, por lo menos en parte, sus características ideológicas?
No en el sentido en el que los Esenios nos heredaron los hoy llamados Rollos del Mar Muerto, o los Fariseos la Biblia, pero sí hay diversas fuentes de este tipo de judaísmo que pueden ser consultadas.
Respecto al judaísmo helenista, la fuente más rica en información son los escritos de Filón de Alejandría, el filósofo más importante del judaísmo helenista alejandrino.
Pero hay más, sin duda, y se encuentra justamente en el Nuevo Testamento: la tradición paulina y la tradición joánica (de la que ya hablaremos más adelante).
Allí es donde podemos hallar la pista de los razonamientos que usaban los helenistas, especialmente los vinculados con la casta herodiana, y por lo tanto herederos de la ideología hasmonea, sobre por qué era legítimo que alguien que no pertenecía al linaje de Aarón pudiese ejercer el Sumo Sacerdocio, o porque alguien que no pertenecía al linaje de David pudiese ocupar el trono de Judea.
Vamos a analizar tres temas relevantes para nuestros objetivos: las ideas de Pablo sobre la Torá (Ley), la pureza ritual y la relación con las autoridades (entiéndase: el Imperio Romano, y su extensión en Judea representada por la dinastía Herodiana).

1. Doctrinas paulinas respecto a la Torá

Lo primero que tiene que quedar claro es que, probablemente, no todos los grupos judíos tenían la misma Torá. Si bien todos aceptaban que la Torá era la revelación que D-os había dado a Moisés en Sinai, es muy factible que no estuviesen de acuerdo respecto al contenido concreto de dicha Torá. Esta sospecha está reforzada por las investigaciones que se han hecho sobre el ya mencionado Rollo del Templo, único texto sagrado de la casta Saducea que ha sobrevivido. De entre quienes se han dedicado a estudiarlo, Hartmut Stegemann ha propuesto que dicho texto pudo haber sido un sexto libro de la Torá para los Saduceos, aunque no para los Fariseos ni los Esenios.
Entre estos últimos dos grupos no parece que haya habido diferencias en cuanto a la cantidad de libros (cinco) de la Torá, ni en cuanto a qué libros eran, pero sí en cuanto a la redacción de los mismos, por lo menos en el caso de Génesis (en Qumrán se ha encontrado una versión diferente del Génesis, conocida como Apócrifo del Génesis; se desconoce el nivel de valoración que los Esenios-Qumranitas le daban).
Recuérdese, finalmente, que el concepto que hasta hoy manejamos sobre Torá es el heredado por la tradición de los Fariseos. Por lo tanto, cuando Pablo hace comentarios sobre “la Ley” (especialmente en Romanos y Gálatas), no es factible que se refiera a lo que los Fariseos entendían por Torá.
¿Por qué podemos asegurar esto? Porque las controversias de Pablo fueron, fundamentalmente, contra los seguidores judíos de Jesús, es decir, los Ebionitas. Sabiendo que eran Esenios, entonces Pablo estaba planteando sus objeciones contra el concepto Esenio de Torá, y en concreto contra su modo de aplicarlo a la vida diaria. Incluso, llama mucho la atención la expresión de “obras de la ley”, que Pablo menciona en Romanos 3.20, 28; Gálatas 2.16; 3.2, 5 y 10. Existe la posibilidad de que la expresión original haya sido “preceptos de la ley”, que es el título concreto de un importante documento de Qumrán: el Miskat Ma’aseh HaTorah, que literalmente significa “algunos preceptos sobre la ley” (N. T. Wright escribió un excelente análisis sobre este asunto, y fue publicado en el Bible Review de Octubre de 1998).
De todos modos, el concepto sobre la Ley que podemos deducir de las expresiones de Pablo tampoco tiene similitudes con el Fariseo.
¿Se trata de un concepto propio y exclusivo? Resultaría difícil sostener ese punto, porque el judaísmo es una religión eminentemente comunitaria, por lo que una opinión aislada siempre resulta fácilmente marginable. En cambio, es más factible que Pablo simplemente haya explicado el punto de vista que sostenía esa tendencia del judaísmo de la que muchos hablan, que todos saben que existió, pero que casi nadie se ha preocupado por estudiar a fondo: el judaísmo Herodiano.
¿Cuál es el punto de vista de Pablo sobre la Torá? El mejor resumen de su doctrina lo ofrece Romanos 7. A partir de una alegoría tomada del matrimonio (así como la mujer está sujeta a la ley del esposo mientras este viva, el hombre está sujeto a la Ley mientras esta viva), expone sus principales puntos de vista:
1. “…vosotros, hermanos, habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro” (versículo 4).
2. “…ahora estamos libres de la Ley…” (versículo 6).
3. “¿La Ley es pecado? En ninguna manera, pero yo no conocí el pecado sino por la Ley; porque tampoco conociera la codicia si la Ley no dijera: no codiciarás” (versículo 7).
4. “…el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató” (versículos 10-11).
5. “…sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido al pecado” (versículo 14).
De estos textos se deduce la siguiente idea: la Ley, en tanto enseñanza, no tiene el objetivo de imponerle al ser humano un modo de vivir, sino de hacerle entender su condición espiritual delante de D-os.
Nuevamente, el punto de ruptura fundamental con la perspectiva de los Fariseos (la que sostiene el judaísmo hasta hoy) es lo que en teología cristiana se llama “pecado original”, pero que, más exactamente, podríamos definir como la condición pecaminosa inevitable de todo ser humano.
El meollo es este: la Ley es buena, pero el ser humano no. Dada la naturaleza pecaminosa que el hombre ha heredado de Adán, está en condiciones nulas de cumplir la Ley, por lo que, en vez de alcanzar la Gracia de D-os, se expone a su juicio. De esta perspectiva, Pablo (seguramente en línea con la tradición Herodiana de su tiempo) obtiene una deducción sumamente pragmática: si la Ley no se puede cumplir, entonces es porque no fue dada para que la cumpliésemos, sino para que entendiésemos nuestra naturaleza pecaminosa y buscásemos, por medio de una ruta mejor, el acceso a la Gracia de D-os.
¿Cuál es esa ruta? La recuperada del platonismo por el judaísmo helenista, y perfectamente detallada por Filón de Alejandría y por el Evangelio de Juan: el Logos, canal que conecta al ser humano con lo Divino. Para el judaísmo de la tradición Farisea-Rabínica, ese Logos está en la Ley; para el cristianismo, en Jesús el Cristo.
¿Pablo estableció esta asociación definitiva entre Logos y Cristo?
La respuesta obligatoria sería que sí, pero en realidad es difícil de determinar. Romanos 8 continúa con la disertación del capítulo 7, y a lo largo de este capítulo Pablo deja en claro que hay una nueva Ley, la “Ley del Espíritu”. El dogma cristiano posterior no tiene inconveniente en identificar al Espíritu con Cristo mismo, en tanto personas de la Trinidad, pero lo cierto es que dicha identificación no aparece de un modo explícito en Romanos 8. Lo que aparece es la siguiente idea: la muerte de Cristo le ha puesto fin a la era de la Ley escrita, gracias a lo cual ha empezado la era de la Ley del Espíritu. Ese es el Logos para Pablo, la Ley del Espíritu. Que Espíritu y Cristo son diferentes parece quedar claro en el versículo 11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”.
Es cierto que las epístolas de Pablo llevan la figura de Cristo a otro nivel, y el principal discurso cristológico en esa línea es el de Colosenses. Pero es igualmente cierto que esos son los aspectos que más fácilmente pueden ser considerados tardíos en el pensamiento paulino, incluso al grado de ser considerados como no originales de Pablo por muchos académicos, sino anexados por sus seguidores hacia finales del siglo I, cuando el principal problema de las iglesias cristianas paulinas fueron las controversias contra los gnósticos.
¿Cuál es el concepto, entonces, que Pablo propone sobre la Ley? No es el de que la Ley esté obsoleta. Lo que, según él, está obsoleto es vivir conforme a la Ley Escrita, y muy específicamente, conforme al Miqsat Ma’aseh Hatorah, porque la nueva forma de hacer uso de la Ley es la del Espíritu. Es evidente que su punto de referencia es Jeremías 31.33: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi Ley en su mente, y la escribiré en su corazón”, en un sentido muy distinto al que los Esenios le aplicaron.
El punto es relativamente simple: Pablo rechaza que el ser humano deba vivir conforme a las complejas legislaciones de los Fariseos o los Esenios, y es evidente que ese punto de vista era el imperante entre los Helenistas y los Herodianos. En consecuencia, aspectos que para el judaísmo tradicionalista (Fariseo o Esenio) eran fundamentales (como el linaje divinamente autorizado para ejercer el Sumo Sacerdocio u ocupar el Trono), para Pablo (y los Herodianos) son irrelevantes.

2. Doctrinas paulinas respecto a la pureza

En la misma lógica que todo lo expuesto en el punto anterior, las leyes de pureza tampoco tienen sentido para Pablo (ni para los Herodianos), especialmente desde el enfoque Fariseo o Esenio.
Todo el discurso de Romanos 14 es, en esencia, la base ideológica para sentenciar a muerte todo el concepto de Kashrut (limpieza) aplicado a la comida, o dicho de otro modo, las leyes dietéticas del judaísmo. Basta ver el versículo 14: “Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; más para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es”.
Esta postura tiene una lógica histórica: recuérdese que para este momento (años 50’s del siglo I), las conversiones al judaísmo habían quedado prohibidas por el Emperador Claudio. Por lo tanto, ningún gentil podía someterse a las leyes dietéticas del judaísmo (ni a la circuncisión ni a otros aspectos que el judaísmo tradicional considera básicos). Sin embargo, el judaísmo helenista continuó su expansión. ¿Por qué? Porque desde su punto de vista estos aspectos eran irrelevantes, ya que el asunto de la limpieza no radicaba en la comida en sí (siguiendo con el ejemplo del kashrut), sino en el corazón del que come.
Las reglas sobre pureza abarcaban mucho más que el asunto de la comida, y no tenemos descripciones completas en las epístolas de Pablo que nos muestren el panorama ideológico de los Helenistas al respecto. Sin embargo, podemos deducir de las explicaciones de Pablo sobre la Ley del Espíritu, que la perspectiva de la pureza era más relajada en el Helenismo que en el tradicionalismo. Es lógico: es exactamente la misma tensión que siempre se da entre “progresistas” y “conservadores”: los primero se dan más libertades que los segundos.

3. Doctrinas paulinas respecto a la autoridad

Tal vez este fue el punto más crítico en la tensión modernidad-tradición que se dio en el judaísmo del siglo I, especialmente por lo que representaba el status de Judea como provincia imperial romana.
Ya vimos que Romanos 13 es una abierta declaración de Pablo a favor de Roma, lo que nos permite identificarlo perfectamente como Herodiano. No es probable que haya existido otro grupo judío favorable a Roma aparte de los Herodianos. Hacia mediados del siglo I, dicho grupo se estaba quedando prácticamente sólo en el panorama judío, al punto que desde Agripa I la residencia real se había trasladado hacia el norteño puerto de Cesarea, una ciudad completamente helenista. Judea, por su parte, fue radicalizando su postura nacionalista, y cuando la guerra asoló la región entre 66 y 73, el norte pronto quedó controlado por los romanos y las dinastías herodianas pudieron sobrevivir a la catástrofe.
Seguramente esta fue una de las situaciones que provocó que, ya desde muy temprano, el movimiento Ebionita se distanciara totalmente de los seguidores de Pablo (y, eventualmente, del cristianismo), debido a que desde la perspectiva Esenia (mucho más rigurosa que la Farisea), el asunto era simple: alguien que no guardaba las leyes de pureza de modo correcto era, simplemente, inmundo; si además no reconocía el valor de la Ley Escrita, era un apóstata; y, finalmente, si reconocía como autoridad al Imperio Romano, no era otra cosa que un traidor.

Con toda esta información podemos empezar a reconstruir el panorama religioso del momento, y el papel que en ello jugó el Apóstol Pablo con sus escritos.
1. Hacia la época en la que murió Herodes el Grande (4 AC), las principales tendencias religiosas y políticas del judaísmo eran los Helenistas, los Fariseos, los Saduceos y los Esenios.
2. Podemos distinguir dos grandes subdivisiones en los Helenistas: un grupo fuertemente vinculado con la casta Herodiana, y otro cuya ideología se nutría del judaísmo de Alejandría, capital del mundo helénico en esa época.
3. También podemos distinguir dos subgrupos entre los Fariseos: la escuela de Hillel, de posturas políticas moderadas, y la de Shamai, cuyos perfiles radicales permitieron la integración eventual de una guerrilla nacionalista y de posturas religiosas intensas (los celotes).
4. Los Saduceos fueron un grupo más compacto, ya que fueron el clan familiar que dirigió la casta sacerdotal. Aunque dicha casta siempre estuvo mayoritariamente con el grupo Saduceo, hay evidencia de que algunos de sus miembros se integraron al partido fariseo, y es lógico suponer que el sector vinculado con los sacerdotes Hasmoneos pertenecieran al grupo Herodiano.
5. Los Esenios fueron la expresión más radical del Saduceísmo. Es muy probable que hubiera diferentes tendencias dentro del grupo, pero las características comunes fueron su fuerte devoción por la Apocalíptica, así como su extremo rigor en materia de pureza ritual.
6. Cada uno de estos grupos tuvo su propio modo de entender la Torá. Esto no sólo se refiere a la interpretación de la misma, sino incluso a su contenido o su redacción. La única versión que conocemos de la Torá es la que proviene de la tradición Farisea.
7. Jesús de Nazareth nació dentro del grupo Esenio-Qumranita, y toda su vida e ideología transcurrió en ese entorno. El texto en donde se narró su vida, el Evangelio Original, se escribió un poco antes del año 30, en un completo estilo apocalíptico y simbólico, típico de la literatura esenia.
8. Para esas épocas, había una fuerte competencia de proselitismo entre los Fariseos y los Helenistas. La situación llegó a ser tan compleja, que el emperador Claudio prohibió las conversiones al judaísmo y expulsó a los judíos de Roma. El proselitismo helenista no se vio afectado, debido a que su percepción liberal del judaísmo permitía que los prosélitos no fuesen obligados a someterse a los aspectos rituales más radicales (como las leyes dietéticas, la circuncisión o la vinculación nacionalista anti-romana).
9. Saulo de Tarso fue un predicador Herodiano que se dedicó a organizar y consolidar a los diversos grupos de prosélitos del judaísmo helenista. Su predicación se caracterizó por la insistencia de que la Ley Escrita había sido sustituida por la Ley del Espíritu. Nunca tuvo contacto con ningún texto sobre Jesús de Nazareth, y muy probablemente no tuvo conocimiento del personaje histórico. Su predicación sobre el Cristo debió desarrollarse, más bien, en un nivel abstracto. Cuando murió (hacia la década de los 60’s), el Evangelio Original seguía siendo un documento exclusivo de los Esenios-Qumranitas.
10. La era de los Esenios terminó con la derrota de los judíos a manos de los romanos. A partir de ese punto, es seguro que muchos textos apocalípticos (incluyendo el Evangelio Original) llegaron a manos de judíos helenistas (o de sus prosélitos), y la fusión de ideas místicas provocó que, por primera vez, los cristianos (creyentes en el Logos) identificaran a Cristo con Jesús de Nazareth.
11. El interés en este personaje provocó que el Evangelio Original fuese traducido al griego, y que se empezasen a recopilar relatos sobre la vida y las enseñanzas de Jesús, mismos que fueron incorporándose poco a poco al texto del Evangelio.
12. Después de una fase caótica de recopilación e integración de tradiciones sobre Jesús (no siempre auténticas), se hicieron tres grandes trabajos de edición, mismos que derivaron en tres recensiones del Evangelio: Mateo, Marcos y Lucas.
13. Hubo una imperiosa necesidad de redondear la coherencia entre las enseñanzas de Saulo-Pablo de Tarso y el contenido de los Evangelios. Por ello, tanto las epístolas de Pablo como los textos de Mateo, Marcos y Lucas recibieron múltiples retoques para garantizar la asociación entre el Cristo abstracto y espiritual de Pablo con el Jesús de Nazareth de los Evangelios.
14. El proceso, básicamente, estuvo concluido hacia el año 150. Después de ese momento, los añadidos o correcciones se volvieron menos frecuentes, aunque muy importantes en algunas secciones de los Evangelios, especialmente cuando —dos siglos después— el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio.

Llegados a este punto, hay dos aspectos importantes que deben ser revisados. En la siguiente nota abordaremos el papel que los textos atribuidos a Lucas tuvieron en la consolidación de la identificación del Cristo-Logos con Jesús de Nazareth, así como en el planteamiento de los aspectos míticos iniciales del cristianismo.
Posteriormente, revisaremos los textos de la tradición Joánica, porque son la clave para entender qué fue lo que motivó a un grupo de judíos de tendencias helenísticas a visualizar en Jesús de Nazareth al Cristo que, en tanto Logos, representaba el punto de contacto con D-os.
Ellos, evidentemente, fueron los verdaderos creadores de lo que hoy llamamos cristianismo.

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